miércoles, 28 de octubre de 2009

Nada


Como la vida es nada en tu filosofía,
brindemos por el cierto no ser de nuestros cuerpos.

Brindemos por la nada de tus sensuales labios
que son ceros sensuales en tus azules besos;
como todo azul, quimérica mentira
de los blandos océanos y de los blancos cielos.

Brindemos por la nada del material reclamo
que se hunde y se levanta en tu carnal deseo;
como todo lo carne, relámpago, chispazo,
en la verdad mentira sin fin del Universo.

Brindemos por la nada, bien nada de tu alma,
que corre su mentira en un potro sin freno;
como todo lo nada, buen nada, ni siquiera
se asoma de repente en un breve destello.

Brindemos por nosotros, por ellos, por ninguno;
por esta siempre nada de nuestros nunca cuerpos;
por todos, por los menos; por tantos y tan nada;
por esas sombras huecas de vivos que son muertos.

Si del no ser venimos y hacia el no ser marchamos,
nada entre nada y nada, cero entre cero y cero,
y si entre nada y nada no puede existir nada,
brindemos por el bello no ser de nuestros cuerpos.


Julia de Burgos (1914-1953)

El túmulo


¿No ves, mi amor, entre el monte
y aquella sonora fuente,
un solitario sepulcro
sombreado de cipreses?

¿Y no ves que en torno vuelan,
desarmados y dolientes,
mil amorcitos, guiados
por el hijo de Citeres?

Pues en paz allí cerradas
descansan ya para siempre
las silenciosas cenizas
de dos que se amaron fieles.

Éramos niños nosotros
cuando Palemón y Asterie
llenaron estas comarcas
de sus cariños ardientes.

No hay olmo que, en su corteza,
pruebas de su amor no muestre;
Palemón, los unos dicen,
los otros claman Asterie.

Sus amorosas canciones
todo zagal las aprende;
no hay valle do no se canten,
ni monte do no resuenen.

Llegó su vejez, y hallolos
en paz, y amándose siempre;
y amáronse, y expiraron;
pero su amor permanece.

¿Te acuerdas, Filis, que un día,
simplecillos e inocentes,
los oímos requebrarse
detrás de aquellos laureles?

¡Cuántas caricias manaban
sus labios! ¡Cuántos placeres!
¡Cuánta eternidad de amores
juraba su pecho ardiente!

Al verlos, ¿te acuerdas, Filis,
oh, tan preciosas niñeces
volaron, que me dijiste,
deshojando unos claveles:

yo quiero amar; en creciendo,
serás Palemón, yo Asterie,
y juraremos, cual ellos,
amarnos hasta la muerte?

Mi Filis, mi bien, ¿qué esperas?
El tiempo de amar es éste;
los días rápidos huyen,
y la juventud no vuelve.

No tardes; ven al sepulcro
donde los pastores duermen
y, a su ejemplo, en él juremos
amarnos eternamente.


Nicasio Álvarez de Cienfuegos (1764-1809)

martes, 27 de octubre de 2009

Diálogo entre Babieca y Rocinante


B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues, ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.

B. Andá, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miraldo enamorado.

B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero. R. No es bastante.

¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?


Miguel de Cervantes y Saavedra (1547-1616)

sábado, 17 de octubre de 2009

La pobreza. El dinero


Pues amarga la verdad,
Quiero echarla de la boca;
Y si al alma su hiel toca,
Esconderla es necedad.
Sépase, pues libertad
Ha engendrado en mi pereza
La Pobreza.

¿Quién hace al tuerto galán
Y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
Le sirve de Río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan,
Sin ser el Dios verdadero
El Dinero.

¿Quién con su fiereza espanta
El Cetro y Corona al Rey?
¿Quién, careciendo de ley,
Merece nombre de Santa?
¿Quién con la humildad levanta
A los cielos la cabeza?
La Pobreza.

¿Quién los jueces con pasión,
Sin ser ungüento, hace humanos,
Pues untándolos las manos
Los ablanda el corazón?
¿Quién gasta su opilación
Con oro y no con acero?
El Dinero.

¿Quién procura que se aleje
Del suelo la gloria vana?
¿Quién siendo toda Cristiana,
Tiene la cara de hereje?
¿Quién hace que al hombre aqueje
El desprecio y la tristeza?
La Pobreza.

¿Quién la Montaña derriba
Al Valle; la Hermosa al feo?
¿Quién podrá cuanto el deseo,
Aunque imposible, conciba?
¿Y quién lo de abajo arriba
Vuelve en el mundo ligero?
El Dinero.


Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

viernes, 2 de octubre de 2009

Pereza


¡Qué dulce es una cama regalada!
¡Qué necio, el que madruga con la aurora,
aunque las musas digan que enamora
oír cantar un ave la alborada!

¡Oh, qué lindo en poltrona dilatada
reposar una hora, y otra hora!
Comer, holgar..., ¡Qué vida encantadora,
sin ser de nadie y sin pensar en nada!

¡Salve, oh Pereza! En tu macizo templo
ya, tendido a la larga, me acomodo.
De tus graves alumnos el ejemplo

me arrastra bostezando; y, de tal modo
tu estúpida modorra a entrarme empieza,
que no acabo el soneto... de per...


Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873)