lunes, 21 de septiembre de 2009

A la amapola


Yo te vi, triste amapola,
de las flores retirada
mecer la roja corola
entre la espiga dorada.—

Leve el cuello y hechicero
débilmente se agitaba;
y el cefirillo ligero
en tu seno revolaba.—

Del fuego del sol bañada
la cabeza purpurina,
desmayaba sonrojada
sobre la planta vecina.

Y allí entre la rubia espiga
los pajarillos cantores
daban con su trova amiga
a tu belleza loores.

Yo te viera retirada
a la par del rudo espino,
guarneciendo descuidada
el apartado camino.

Al morir la última estrella
extiendes las puras alas;
y a la purpúrea centella
del sol renaciente igualas.

Mas ese tu empeño vano,
y temeraria osadía,
desde el trono soberano
castiga el señor del día.

Que su llama en Occidente
no adurmiera sosegada,
sin dejar tu roja frente
con sus rayos abrasada.

Y de la noche
la fresca brisa
marchita hallara
tu tierna faz.

¡Ay! que tu vida,
flor desdichada,
sólo un instante
brilla fugaz.

Y tu aureola
pura y luciente
desconocida
muere también.

Nace en la aurora,
y al alba nueva
frágil desnuda
tu débil sien.


Carolina Coronado (1823-1911)

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